Sobre los tiempos en la mediación

Es bien sabida la relatividad del tiempo. La Psicología se maneja con el tiempo a dos niveles: el tiempo externo, que marca el reloj, y el tiempo interno, para ser más exactos, los tiempos internos, porque la mediación implica a varias personas, cada una con sus tiempos. Además hay un tiempo grupal que se establece en el transcurso del proceso de mediación. Son tiempos diferentes y deben tenerse en cuenta.

La adecuación de los tiempos internos y externos, individuales y grupales, es tarea de los mediadores. De ahí surge esta pregunta: ¿cómo podemos saber que ha llegado el momento de realizar una intervención determinada? Aunque no lo parezca es un interrogante complejo, ya que es algo completamente vivencial, es decir, relativo y cambiante según la persona.

El tiempo del relato vuelve a hacer referencia a la relatividad del tiempo, y es que una narración no es un espacio homogéneo. Cada persona utiliza unas expresiones y tiempos para relatar, y también puede suceder que lleve un tiempo acceder al sentido que el relato tiene para quien lo narra. El emisor tiene sus ritmos, y se irá resignificando conforme se incorporen otras cuestiones.

El timing es un término que se refiere al ritmo de elaboración de la persona durante el encuentro, sería el tiempo propio o personal de cada persona, que depende o varía en función de su personalidad, y su capacidad para afrontar sus conflictos y resolverlos. Así, la persona mediadora tiene que tener en cuenta que las partes solo podrán escuchar e interiorizar conforme a su timing, que no es más que su tiempo interno, y a su proximidad con el contenido que se le está presentando. Los tiempos internos ponen a prueba nuestra tolerancia y nuestra apuesta por la capacidad de las partes en conflicto.

La creación del marco adecuado es una premisa cuando queremos darle una oportunidad al acuerdo, especialmente cuando ha habido obstáculos que han impedido su manejo y neutralización previamente. Este espacio será una isla, al margen del marco y espacio de confrontación de las disputas, en el que han estado inmersas las partes en conflicto hasta el momento. Su sustitución progresiva por un contexto de colaboración, facilitará el ensayo y puesta en marcha de nuevas dinámicas y conductas negociadoras o la recuperación de aspectos positivos que existían y se abandonaron.

Construir un espacio de colaboración donde primen los puntos fuertes, va más allá de las técnicas utilizadas para encuadrar el proceso. Tiene que ver más con una preparación a nivel psicológico, una predisposición emocional. De este modo, este espacio no es el requisito para que los cambios ocurran, es el cambio mismo. Es una nueva realidad, construida conjuntamente entre la persona mediadora y las partes, una realidad distinta de la que construirían en otro contexto, y que conduciría a acuerdos diferentes.

Así, el espacio cooperativo pasa a formar parte de la historia de las partes, al convertirse en un lugar de decisión y avance, un lugar como otros anteriores o futuros donde las decisiones y los avances ocurrieron de otra forma, un paso más en su ciclo vital. Lo que lo hace diferente está relacionado con las creencias dinámicas sobre el conflicto, asumidas por la figura de la persona mediadora y una teoría del cambio, en la que su intervención no se vea solo como la de un técnico en resolución de conflictos, sino como la de una protagonista más. Ello implica a su vez cambios en la mentalidad del mediador, que pasa de un pensamiento lineal, lógico, analítico, racional, orientado a la tarea; a un pensamiento circular, intuitivo, holístico, emocional y metafórico.

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