Sobre las motivaciones en la mediación

Empecemos con algunas consideraciones previas. Para empezar pocos términos resultan tan ambiguos como el de motivación.

Desde un punto de vista psicológico, podemos definir la motivación como una fuerza interna, que brota en el interior del individuo y que lo lleva a conseguir unos resultados que satisfacen sus necesidades.

En suma, es una fuerza endógena. A veces, erróneamente, se entiende como algo que se puede hacer desde fuera. Por eso nadie puede motivar a nadie. Lo más que puede hacer es crear el escenario más favorable para que la persona se motive, siempre que encuentre razones suficientes para ello. Cuando se entiende como algo que se puede hacer desde fuera, es movilización, pero no motivación.

La conducta humana está focalizada a la satisfacción de las propias necesidades. Esto se puede traducir en que la conducta es básicamente egoísta. De aquí también se deducen dos afirmaciones:

  • Nadie apoya nada que perjudique a sus propios intereses.
  • Nadie apoya nada que no le beneficie de una u otra forma.

Se puede objetar a estas afirmaciones que hay personas que hacen cosas que no les producen ventaja aparente: personas que consagran su vida a la investigación, religiosos que entregan su vida cuidando a leprosos por amor a Dios, personas que se desprenden anónimamente de sus bienes a favor de sus semejantes, etc. sin obtener ninguna recompensa material. La respuesta es que el beneficio no tiene porqué ser económico o material. En estos casos, el sentimiento de estar haciendo lo que se considera justo es recompensa suficiente, sin entrar en explicaciones más trascendentales, que también las hay, muchas veces.

La conducta motivada es la que se dirige a la consecución de un incentivo y/o la satisfacción de una necesidad, por eso cuando no se consigue, se transforma en conducta frustrada. La frustración es la vivencia de fracaso, de no consecución, de perjuicio, de injusticia, y es muy perturbadora para la persona.

El ser humano tiene una tendencia al equilibrio, a la homeostasis, que se manifiesta por mecanismos de ajuste a la frustración o mecanismos de defensa. Estos mecanismos se clasifican en función del movimiento que la persona realiza respecto al obstáculo:

  1. Ataque:
    • Reacción agresiva: la persona intenta de manera directa eliminar el obstáculo.
    • Reacción estereotipada. La persona repite reacciones agresivas de modo perseverante, incluso si no funcionan. Son reacciones muy frecuentes en personalidades neuróticas.
    • Hiperreacción: la agresión contra la fuente de la frustración es exagerada y excesiva.
    • Represión y rechazo: el rechazo es consciente y la represión no. Este mecanismo evita una frustración interna.
  2. Rodeo:
    • Replanteamiento: la persona que no puede vencer limpiamente la fuente de su frustración, busca caminos alternativos, y no siempre éticos.
    • Racionalización: la persona renuncia a la satisfacción de su necesidad, pero trata de salvar su imagen ante sí mismo y los demás.
    • Proyección: consiste en atribuir a los demás las motivaciones que causan nuestra frustración.
    • Identificación: la persona no satisface su necesidad, pero lo hace a través de otro individuo con el que se identifica.
  3. Sustitución:
    • Sustitución en sentido estricto: ante la imposibilidad de satisfacer la necesidad, se recurre a la satisfacción de una satisfacción similar.
    • Compensación: la persona que sustituye una creencia con otra cualidad («es muy feo, pero muy simpático e inteligente»).
    • Escape: la persona renuncia a ciertas satisfacciones pero, a cambio, consigue la seguridad.

No hay mejor forma de conocer cuáles son las motivaciones y necesidades insatisfechas de las personas que escuchar de qué hablan y observar qué hacen. Por ello, para abordarlas es indispensable escuchar la historia que traen las partes consultantes, conocer cuáles son sus deseos y pretensiones, y planificar una estrategia para trabajar.

Hay que determinar qué es importante para cada uno y qué no; porque las reglas a aplicar para los acuerdos dependerán de las personas en conflicto y del panorama de relaciones anteriores.

La persona mediadora necesita entender los principios de la regulación legal, pero sin quedar prisionera de esa legalidad, pues si sucede la mediación se convierte en un procedimiento impuesto a las partes en conflicto, sin muchas diferencias a lo que acontece en los tribunales.

Así, un paso inicial es el de conocer las motivaciones de cada una de las partes, sus deseos y expectativas; siendo una cuestión que concuerda con una característica definitoria del proceso de mediación, que es la de conceder a las partes el protagonismo, el derecho y los medios para determinar lo que es mejor para ellas.

La disparidad en las motivaciones generalmente viene determinada por las diferencias en los estilos de pensamiento y por las distintas necesidades de cada parte. Será tarea de la Psicología encontrar un espacio para el encuentro entre motivaciones divergentes.

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