Psicobiología del conflicto
J. A. Gray profundiza en la función que cumple el miedo desde el punto de vista de la biología, la psiquiatría y la psicología.
Nuestros mecanismos de supervivencia generan sensaciones de miedo con el objetivo de satisfacer necesidades y deseos diversos, siendo la base para la comprensión del conflicto. Pero vayamos más allá y comprendamos los mecanismos de funcionamiento de los mismos.
La reacción de alarma constituye el inicio de las sensaciones de miedo, y se encuentra relacionada con nuestro sistema nervioso simpático y la secreción de hormonas de la glándula suprarrenal —adrenalina y noradrenalina—. El fin de esta secreción es movilizar nuestro cuerpo y organismo y poner en marcha todos los recursos necesarios para una respuesta rápida y adaptada —ataque o huida— frente a la situación que se nos plantee.
Así, la adrenalina aumenta la fuerza y el ritmo cardíaco, facilitando una rápida y voluminosa oxigenación; el bazo se contrae y libera glóbulos rojos del sistema circulatorio, que incrementan el transporte de oxígeno en la sangre; el hígado libera azúcar, almacenado para su uso en los músculos (por si hay que atacar o salir corriendo, por ejemplo); se produce una redistribución de la sangre circulante por piel y vísceras favoreciendo el cerebro y la musculatura; aumenta la capacidad respiratoria y se dilatan los bronquios para capturar mayor cantidad de oxígeno; se dilatan las pupilas para mejorar la eficacia de la vista; aumentan los niveles de coagulación en sangre para facilitar el cierre de posibles heridas; y aumentan los linfocitos para prevenir la reparación de los tejidos, etc.
Así quedaría resumido todo el proceso fisiológico que ocurre ante estímulos de miedo. Esta es la primera reacción frente a una causa emocional. A este primer momento de alarma, le sigue otro de resistencia y, después, un periodo de agotamiento en caso de mantenerse la situación de manera prolongada; y volvemos de nuevo a iniciar el proceso, si el estímulo que lo provoca no ha desaparecido. En cada etapa se producen distintas reacciones: secreción hormonal y de otras sustancias —como las endorfinas— que producen estados similares a la anestesia o de re-equilibrio de los efectos causados por el miedo o el dolor. Podría decirse que todo el organismo se prepara, desarrollando aquellas capacidades más adaptadas, a la vez que inhibe las que cumplen funciones diferentes o incompatibles.
Cuando el nivel de miedo es medio o alto, nuestra capacidad de discernimiento y comprensión se ve limitada. El cerebro humano está capacitado para analizar un problema y organizarse individual y socialmente para su resolución, sin embargo también corre el riesgo de verse sobrepasado por apreciaciones y reacciones diversas, dificultando el discernimiento y evaluación para una toma de decisiones correcta. El instinto primario, sobreestimulado por la señal de alarma-miedo puede bloquear nuestras capacidades, y resultar en una reacción nula o poco controlada por nuestro intelecto y afectos. El resultado puede derivar en formas de violencia irracional. Por eso es tan importante devolver el funcionamiento normal y sereno de nuestras capacidades cerebrales, emocionales y racionales.
La mayoría de los conflictos se nutren de la decisión de que el otro es una amenaza; por lo que todo nuestro esfuerzo se dirige a solucionar o eliminar el problema, a través de planes para dominar, controlar, incluso destruir el objeto amenazante. En este momento se produce un cambio sustancial en nuestras percepciones sobre el otro, pasando de ser positivas o neutrales a otras de carácter negativo, que nos llevarán a respuestas coercitivas, agresivas… Nuestras reacciones estimulan las de nuestro entorno, provocando reacciones en cadena a estímulos mutuos, hasta conseguir un resultado —que no tiene porqué ser el fin del conflicto—, puede ser un aplazamiento o su incremento.
De ahí que cuando pretendemos resolver un conflicto, debemos acudir al estímulo que lo provoca —el miedo—, sin importar tanto el objeto de la disputa. Habrá que centrarse, en primer término, en reducir el miedo y la tensión y, posteriormente, pasar a modificar las causas que lo desataron.
En definitiva, los conflictos no surgen solo de problemas comunicacionales, sino con los significados y sentido que demos a los estímulos. Y aquí es necesario el concurso de psicología, filosofía, incluso espiritualidad y trascendencia; mientras que la sociología, la economía o la historia poco pueden hacer. Esto es así porque la necesidad se convierte en deseo, el temor en terror, la acción se transforma en agresividad y violencia provocando, a su vez, reacciones idénticas en la parte contraria.