Factores psicológicos y pedagógicos

Nuestras percepciones están más relacionadas con nuestra experiencia que con el objeto observado. Así, interpretamos más lo que sentimos que lo que vemos o razonamos. Todo aquello que aprendemos a través de la experiencia condiciona lo que finalmente percibimos psicológicamente, así como todo lo que comunicamos, bien a través del lenguaje verbal y no verbal, como de nuestras actitudes, respuestas y actos, silencios, interpretaciones, etc.

La discrepancia entre la realidad y lo que las partes perciben como real es uno de los factores que conducen al conflicto. La causa de esta discrepancia se debe a que el modo en que percibimos y damos sentido al mundo es un proceso complejo y subjetivo. Constantemente nos enfrentamos a muchas percepciones, por lo que es imposible confirmar el significado de cada una de ellas. Además, nos solemos conformar con inferir las intenciones de los otros, más que preguntar y confirmar después si son acordes o no a nuestras percepciones. Esto se complejiza si tenemos en cuenta que las personas no somos receptores neutrales de información, de modo que todo lo que percibimos pasa por el filtro de nuestras creencias y valores, experiencias previas, ideas o prejuicios. En una situación difícil, las partes al observar los mismos comportamientos, hacen distintas atribuciones e interpretaciones de los mismos, abonando el terreno para la aparición del conflicto.

Esto que acabamos de plantear parece sencillo, pero entraña gran complejidad, además de ser uno de los pilares que mueven a la psicología, especialmente en el campo terapéutico, pero además, es exportable al ámbito de la mediación. Así, al observar la forma en que una persona gestiona o maneja un conflicto o problema, podremos determinar —en gran medida— sus experiencias vividas y, por supuesto, planificar nuestra intervención.

Conocer a fondo esta idea nos puede llevar a trabajar desde una perspectiva diferente y más sensible, introduciendo reformas sociales, proponiendo valores y objetivos sociales y filosóficos distintos, desarrollando terapias y procesos de rehabilitación psicosocial sistemáticos que permitan prevenir y reconstruir procesos destructivos y antisociales. Además, este principio, es aplicable tanto a la persona individual como a grupos diversos.

Nuestras sociedades también tienen una experiencia psicológica compartida: traumas por guerras, por regímenes políticos opresores, por enfermedades y epidemias; y que acabaran influyendo en la configuración de una identidad en transformación. Cuando se reprime la participación social y se instaura la represión o la violencia como sistema para solventar los problemas sociales, cuando la corrupción es el sistema normal de funcionamiento, todos estos métodos pueden acabar formando parte del sistema de relación civil.

Pero volviendo al planteamiento inicial, frecuentemente no se trata de mediar en una comunicación defectuosa (ya que la comunicación no es el problema en sí, sino uno de sus síntomas), sino en las causas que provocaron nuestra percepción defectuosa y disfuncional, por lo que conviene disponer de una visión integral que sirva a las partes para recuperar su autonomía, libertad y equilibrio emocional y social.

Cada caso y cada persona es diferente, cada situación merece un trato diferenciador, y no es recomendable generalizar y adoptar aspectos parciales de la realidad como si se tratase de panaceas universales. Es el momento de «quitarse las orejeras» y ser capaces de ver que, aunque la comunicación es importante, los problemas relacionales no pueden reducirse a cuestiones meramente comunicativas; también hay que considerar la importancia que tiene la satisfacción de las necesidades, los valores, las concepciones filosóficas e ideológicas, el equilibrio emocional y físico y, sin duda, nuestro contexto social.

En este sentido, la pedagogía se convierte en un complemento de la psicología, aportando capacidades que incluyen visiones diferentes. Sin embargo, no nos estamos refiriendo a educar en unos valores preestablecidos y dictados por la moda o una ideología o por el Estado; sino de facilitar que cada persona los pueda descubrir y construir por sí misma. Se trata de educar en la felicidad, en la libertad, en la responsabilidad y el empoderamiento, en combatir sin producir daños, en la cooperación y el apoyo mutuo, en el respeto. Nuestros miedos, incertidumbres o dudas, llevan al ser humano a buscar certezas, a creer en algo. Cada persona lo hace de una forma: creer en dios, en la ciencia, ateísmo, organización ideológica, partido político… Existe una necesidad de seguridad, de satisfacer necesidades, pero lo que es distinto es el modo de hacerlo y de entenderlo. Acostumbrados como estamos a pensar en una única verdad, la posibilidad de considerar otras verdades invalidaría todas (también la propia, y es inadmisible), y no nos damos cuenta que lo que existen son diversas expresiones de la misma cosa.

Las personas tenemos necesidades diversas, y estas necesidades están en la base de nuestras motivaciones. Nuestras necesidades psicológicas tienen que ver con nuestra ida interior e individual. En lo que nos toca, un conflicto se enreda con la intención de las personas de dar satisfacción a sus necesidades psicológicas y personales, pudiendo influir en la propia dinámica del conflicto.

Todas las personas, independientemente de nuestras características (sexo, ideología, etnia o cultura…) compartimos estas necesidades psicológicas básicas y que nos esforzamos por satisfacer. A saber: necesidad de sentirse amado, tener control de nuestra propia vida, necesidad de pertenencia, necesidad de sentirse seguro, etc. Su satisfacción es tan necesaria para nuestra salud mental, como lo es el agua y los alimentos para nuestra salud física.

Maslow diseñó una pirámide estableciendo la jerarquía de las necesidades humanas:

Jerarquía de las necesidades humanas

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