Lo que la decadencia de la carrera significa para la mayoría trabajadora

Estamos en un período de transición. Hasta un grado considerable, la división social del trabajo en profesiones y carreras discretas pertenece a una fase de desarrollo tecnológico anterior. En un tiempo de economías basadas en el conocimiento, es sumamente importante confiar menos en ocupaciones estáticas, específicas para cada industria y más en la reestructuración continua de la información y la tecnología para atender con eficacia a la demanda.

Aunque esta reestructuración responde a nuestras preferencias como consumidores y productores, las necesidades humanas satisfechas por nuestras carreras no están desvaneciéndose. Estas son tan urgentes como siempre. Ningún patrón de vida laboral incapaz de satisfacerlas será humanamente durable o políticamente legítimo.

Las carreras hacían mucho por quienes las tenían. Una carrera vinculaba las fases de la vida laboral con puntos de paso en el ciclo de vida normal. De este modo, permitía a la gente conformar una narrativa coherente de sus vidas laborales. En retrospectiva, la gente podía contemplar sus carreras como algo definido por la continuidad de la actividad vigorosa de una vida, en lugar ser una secuencia de experiencias inconexas y adiciones a un “portafolios”. Además, cuando la carrera estaba vinculada a ideas de vocación o disposición, confería significado a una vida humana en su conjunto, reforzando la sensación de que cada individuo tenía una misión particular. De estas formas, las carreras develaban un mundo de significados dentro del cual elecciones sumamente individuales e incluso eventos fortuitos cobraban inteligibilidad para el ser humano. Esto nos dice algo importante sobre el trabajo, la identidad y la realización personal. Éstas son las razones por las cuales las carreras eran el ideal de la vida laboral.

La mayoría de la gente nunca entendió sus vidas laborales en términos de invención de sí mismos o elección existencial. Históricamente, se operaba bajo el supuesto de que, al elegir formas de vida laboral, cada uno de nosotros debe escuchar con atención, simplemente para hacer una elección única en la vida al descubrir una vocación. En los tiempos modernos, la institución de la carrera daba cauce a esta idea. Una carrera daba forma a las aspiraciones personales promoviendo proyectos de larga duración. Fomentaba el que la gente viviera sus vidas como ejercicios en el compromiso productivo y no como una sucesión de episodios destinados a satisfacer deseos. Las personas con carreras no se advertían a sí mismas simplemente como recursos económicos; más bien, encontraba una realización a través de una carrera como vehículo para su quehacer productivo. La carrera abría un mundo en el que los ajustes exigidos por las fuerzas del mercado se vivían como expresiones de un quehacer autónomo y no como una adaptación pasiva o sumisión enajenada.

En estos respectos, el papel que las careras desempeñaban en la vida laboral era similar al de la propiedad privada para conformar la identidad personal, como se describe en los escritos de Kant y Hegel. Al igual la propiedad privada, una carrera permitía a los sujetos humanos inscribir firmas personales a sus vidas. Al ocuparse de sí misma para obtener los conocimientos necesarios para ejercer una profesión o carrera, la gente era capaz de reconocer su propia identidad y de lograr que la comunidad reconociera esta identidad. La carrera ha desempeñado un papel crucial, si no el principal, para otorgar a los individuos sus identidades personales en las sociedades industrializadas modernas. Todavía identificamos a las personas por sus carreras. Con la decadencia de las carreras empezamos a perder el sentido de autonomía y conexión con otros que éstas proporcionaban.

Los fundadores del pensamiento social europeo reconocían los beneficios sociales y psicológicos de una división del trabajo en profesiones y ocupaciones bien definidas. Emile Durkheim advirtió tal división del trabajo como un remedio para la anomia - la enfermedad de la aspiración infinita a la que, a su juicio, las culturas individualistas eran especialmente vulnerables. Para Durkheim, la carrera era una institución moderna valiosa, quizá incluso indispensable. Por el contrario, Marx consideraba que la división del trabajo en profesiones y carreras discretas amenazaba la autonomía personal y la solidaridad social. Él temía que la creciente división del trabajo en la sociedad tendría el efecto de incrementar la enajenación de los trabajadores de su trabajo y de unos con otros.

Los temores de Marx no carecían de precedentes. Adam Smith los anticipó en La Riqueza de las Naciones. Smith temía que el “trabajador detallista” del período industrial temprano carecería de educación, espíritu cívico y virtudes materiales. En su La Ideología Alemana, Marx articuló una visión utópica donde la división social del trabajo se había desvanecido en gran medida, en parte como respuesta a los temores que compartía con Adam Smith. Con el fin de la carrera, podemos ver cuánto más profética resultó ser la visión de Durkheim. Los temores que invaden a la vida laboral hoy en día se concentran en la marginalidad social a la que conduce la exclusión prolongada del empleo y, de forma más profunda, la disipación del significado que llega cuando el trabajo se ha hecho profundamente eventual. En consecuencia, los temores de Marx de una sociedad que carece de cohesión por padecer de un sistema económico cuyos miembros están aprisionados en un nicho diminuto dentro de la división del trabajo, han demostrado que, en gran medida, carecen de fundamento.

Cuando la vida laboral estaba organizada en carreras, el trabajo develaba un mundo que llevaba una firma personal, escrita en un texto de conocimientos profesionales expertos e intensificada por el conocimiento tácito que anima cada vocación particular. En el pasado, los partidos de centro izquierda podían prometer razonablemente que grupos cada vez mayores de personas podrían disfrutar las ventajas económicas, sociales y personales del trabajo organizado como carrera. Hoy en día, nuestras firmas personales necesitan ser escritas en un texto diferente, uno definido por un refinamiento continuo, intenso y dirigido de nuestras aptitudes básicas como seres sociales. El mundo del trabajo con significado que antes era develado por las carreras ha de reemplazarse por los modelos de vida productiva que están siendo creados por una nueva sensibilidad hacia los clientes, por la innovación tecnológica crecientemente vertiginosa y por las culturas económicas progresivamente globales que están desplazando a las formas tradicionales de conocimiento profesional.

La pérdida de las carreras no simplemente disminuye la seguridad económica. Es una pérdida de tres bienes éticos clave que eran centrales para definir la vida en las sociedades industriales modernas. En primer lugar, las carreras han sido instrumentos a través de los cuales la mayoría de la gente que participaba directamente en la fuerza laboral enfocaba sus identidades. Ellos hacían un compromiso vitalicio para convertirse en administradores, ingenieros, abogados, médicos, etc. Este tipo de compromiso les permitía hacer planes para el futuro en lo que respecta a capacitación, fuentes de riqueza y estilo de vida. Además, con una carrera, ese compromiso de por vida se hace público y puede ser evaluado por quienes pertenecen a la misma comunidad vocacional. Una carrera ha traído el reconocimiento de esa comunidad para quien la ostenta.

En segundo lugar, además de darle a uno una identidad en una comunidad vocacional, tal como una empresa manufacturera, un hospital o un despacho de abogados, las carreras proveían un lugar en una comunidad cívica más amplia. Un funcionario financiero en una compañía sería considerado candidato a tesorero de la iglesia o el municipio. De igual forma, un doctor o un ministro serían buscados como voluntarios para muchas organizaciones públicas como departamentos de bomberos, asociaciones deportivas, etc. Las carreras le permitían que la gente hiciera papeles de ciudadanos responsables y, a cambio, desempeñar estos papeles les permitió avanzar en sus carreras.

En tercer lugar, las carreras han dado a la gente un sentido de autonomía, de que son autores de sus propias vidas. Las carreras logran esto por ser escogidas o abrazadas como vocación propia de una persona y por proporcionar a la gente los recursos, el tiempo y la autoestima necesarios para emprender actividades que definen al tipo de gente que ellos se consideran. De este modo, las carreras le permiten a la gente embarcarse en vidas de experimentación que alteraban y enriquecían su comprensión de sí mismos. Lo que es aún más importante es que alguien con una carrera tiene la sensación de ser autor de su propia vida al *adquirir diariamente experiencia adicional en las habilidades requeridas para esa carrera. ¿Cómo entiende la gente su vida laboral cuando una carrera ya no está a su alcance?

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