La implantación del liberalismo en la España del XIX

Triunfo del Liberalismo político

El derrumbamiento del Antiguo Régimen

La inacción de la Junta de gobierno dejada por Fernando VII dan lugar a que el alcalde de Móstoles reivindique revolucionariamente el poder, sublevándose en Asturias y las restantes regiones peninsulares. Al levantamiento sigue la constitución de unas Juntas supremas provinciales, las cuales recuperan la soberanía considerada vacante. Los representantes de esas juntas establecen en 1808 una Junta Central suprema y gubernativa de España e Indias. La Junta Central resultó ser una asamblea endeble y de problemática autoridad. Compuesta por treinta y cinco miembros, hubo de sufrir el acoso francés. Todo ello provocó su disolución en 1810 y el nacimiento de un Consejo de Regencia. A instancia sucesivas de uno y otro organismo, se reúnen las Cortes de Cádiz que en 1812 promulgan la primera Constitución nacional.

La pugna bélica enfrentó en 1808 al ejército francés con el español, donde éste último destacó por su espíritu de resistencia. Semejante espíritu y el empleo de la guerra de guerrillas, hizo posible el triunfo final. Junto a los patriotas vencedores habrían de quedar los afrancesados, es decir, los colaboracionistas del poderoso intruso que había sido vencido.

Las convulsiones liberales y absolutistas

La restauración absolutista de 1814-1820

Fernando VII vuelve a España, con lo que las Juntas Provinciales y el mismo Consejo de Regencia carecerán de sentido. Sin embargo, las Cortes surgidas en Cádiz no representaban al monarca sino al pueblo. Esas Cortes se atribuyeron la Soberanía Nacional y vincularon el reconocimiento del rey a que este acate y jure la Constitución.

Un grupo de diputados favorables a Fernando VII impugnan la representatividad de las Cortes y piden la derogación de la Constitución, que concluye con el golpe de Estado del general Eguía, dejando sin efecto la Constitución y las Cortes. Muchos liberales fueron arrestados y otros huyeron.

El Trienio liberal (1820-1823)

La imposibilidad de recuperar la vía constitucional lleva a los liberales a reclamar el apoyo del ejército que actúa mediante pronunciamientos. El 1 de enero de 1820, Rafael del Riego se subleva en Sevilla, proclama la Constitución de Cádiz y restablece las autoridades constitucionales de la localidad. El éxito obliga a Fernando VII a firmar un decreto donde manifiesta que en razón de la “voluntad general del pueblo, he decidido jurar la Constitución promulgada por las Cortes Generales y extraordinarias del año 1812”. Los exiliados vuelven del exilio. Estos liberales del año 20 pronto se constituirán en dos ramas: los moderados y los exaltados.

Se formaron Sociedades Patrióticas y tertulias con un nuevo espíritu. La vida política de España y el texto de 1812 se convirtieron en problema Supranacional. Los emperadores de Rusia y Austria, junto a los reyes de Prusia y Francia y el propio Fernando VII, forman una Santa alianza que decide la intervención beligerante para liberar a las monarquías del acoso revolucionario. Francia queda encargada de acometer esa tarea en España. Así, el ejército penetra en la península, pone sitio a Cádiz u hace capitular al gobierno constitucional. Riego es ahorcado y muchos liberales vuelven al exilio.

La década ominosa de 1823-1833

El decreto de 1823 liquida la etapa anterior y abre una década de despotismo absolutista. En 1830 ante el embarazo de Maria Cristina de Borbón y la eventualidad de una descendencia femenina, cierta disposición hace pública la Pragmática Sanción de 1789, derogatoria de la ley sálica. Así, en defecto de hijos varones reinarían las hembras, quedando anuladas las expectativas del infante Carlos, lo que acabaría provocando un enfrentamiento cuando María Cristina diera finalmente luz a una niña.

En el verano de 1832, Fernando VII cae en peligro de muerte, y ante la amenaza de una guerra civil, tienen lugar los sucesos de la Granja, que dieron lugar a un decreto derogador de la Pragmática Sanción, el cual en consecuencia restablecía la ley sálica.

Más tarde, el rey hace pública una declaración anulatoria del decreto anterior, arguyendo haber sido objeto de engaño, con lo que queda revalidada la Pragmática Sanción y el derecho de Isabel a heredar el trono. Convertida en reina al año siguiente tras el fallecimiento de su padre, la regencia de María Cristina se inicia con una honda escisión entre los partidarios de Isabel (isabelinos) y los de don Carlos (carlistas), cuya pretensión fue el presunto derecho a reinar en defecto de hijos varones del monarca.

En América, por otro lado, culmina en esta etapa el proceso emancipador iniciado años atrás.

De la consolidación liberal a la Revolución

LA regencia de Espartero, 1841-1843

Si Maria Cristina había conducido el país en alianza con los moderados, Espartero intentó hacerlo apoyándose en los progresistas. Tuvo así enfrente a un gran sector del ejército, a los propios moderados, a la burguesía catalana. Cuando el general perdió el respaldo de su propio partido, la conjunción de todos le hizo caer. Narváez liquida el llamado cesamiento liberal de Espartero el mismo año 1843 en que Isabel II, entonces mayor de edad, inicia efectivamente su reinado.

La década moderada (1844-1854) y el primer centrismo político

Cuando en 1844 Narváez disuelve las Cortes y convoca elecciones, su triunfo fue tan rotundo que sólo salió elegido un diputado liberal. No era fácil ofrecer una alternativa de gobierno homogénea y sólida. Las peripecias políticas habían llegado en cualquier caso a cansar el país. No faltaron desde luego resistencias marginales, como las de los carlistas.

Las síntesis moderada tuvo tres claves principales, dos de ellas consumadas y una tercera inconclusa. La primera fue el propio ordenamiento constitucional: la Constitución de

1845. La segunda, relativa a las problemáticas con Roma, se resolvió en el Concordato de 1851. La tercera fue la posibilidad, frustrada, de cerrar el pleito dinástico mediante el matrimonio de la reina con el conde de Montemolín, primogénito del pretendiente Don Carlos.

El régimen de Narváez construyó, mediante numerosas reformas, el andamiaje centralista del Estado contemporáneo, basado constitucionalmente en la coexistencia de los dos grandes partidos, moderado y progresista. El partido gobernante resultaría minado por las discordias; el centralismo moderado se disolvió.

La revolución y el bienio progresista, 1854-1856

La Revolución de 1854 se inicia con un pronunciamiento de militares conservadores, como protesta por el desgobierno y la corrupción, para derivar luego a la alianza con las fuerzas progresistas. Tuvieron lugar una serie de sublevaciones durante el mes de julio, cuyo triunfo posibilitó el gobierno de Espartero-O’ Donnell y una coalición moderado-progresista que durante dos años retuvo el poder.

Bajo el lema de Unión Liberal, elaborarían una Constitución en 1856 que pese a su aprobación por las Cortes no llegó a ser promulgada. A la ya habitual conflictividad política se sumó entonces la específica del movimiento obrero. En 1855 tuvo lugar en Barcelona una huelga general de alarmantes proporciones. Tras la caída de Espartero se adoptaron medidas contra el revolucionarismo obrero que culminarían luego en la

prohibición general de todo tipo de asociaciones.

La unión liberal, 1856-1863

En 1856 O’ Donnell asume el restablecimiento del régimen moderado que él mismo había contribuido a derrocar. La Unión Liberal representó una positiva aportación a la estabilidad política. Con cierto talante de modernidad e integración, la Unión Liberal representó “un intento de conseguir gobernar con la anuencia de los gobernados”.

Bajo esta coalición electoral, de la que formaron parte la izquierda moderada progresistas templados, tuvo lugar entre 1858 y 1863 el gobierno largo de O’ Donnell.

Hay que destacar la recuperación de la imagen internacional de un país hasta entonces enclaustrado. Fue espectacular el progreso económico en muy diversos aspectos: mejoras agrícolas, despegue industrial, construcción de la red ferroviaria, potenciación del comercio, etc.

A pesar de todos los éxitos, esta segunda experiencia centrista sucumbió por males semejantes a los que destruyeron la primera.

el Preludio de la revolución, 1863-1868

En los cinco años y medio que transcurren desde la caída de O’ Donnell hasta que Isabel II pierde el trono, se suceden siete gobiernos. El problema de fondo es la marginación de los progresistas, la acentuada radicalización de los excluidos y la creciente soledad de la Corona.

Tuvo lugar un desviacionismo de las fuerzas políticas hacia posiciones extremas, acercando sus planteamientos conspiradores revolucionarios. El partido demócrata de orientó al republicanismo, mientras los progresistas desairados eran ya decididamente antidinásticos. Para los demócratas sólo era posible alcanzar el poder por medio de la revolución.

A un clima político depresivo, que arrastró al exilio a personalidades progresistas y moderadas, se sumó la crisis económica. Todo apuntaba al golpe de Estado. Prim fue el líder de la conspiración y en septiembre de 1868 la conspiración triunfa. Isabel II se refugia en Francia.

El sexenio revolucionario, 1868-1874

Al gobierno provisional, presidido por Prim, correspondió organizar el Estado salido de la Revolución. Se convocaron Cortes constituyentes con un régimen de sufragio universal para los mayores de 25 años.

El gran problema política era ahora la ordenación institucional. A ese problema se sumaron los conflictos surgidos con los secesionistas de Cuba, la reducción de impuestos, y el aluvión de dificultades de orden público interno por la persistencia de las juntas revolucionarias.

Unionistas y progresistas constituían el bloque monárquico. Las Cortes de 1869 hubieron de afrontar esta cuestión resuelta, por la mayoría de aquellos, a favor de la solución monárquica. Lo que esas Cortes decidieron era complicado: debía haber monarquía pero, descartada Isabel II, era preciso buscar otra persona. Hubo de transcurrir más de un año desde que la monarquía reconocida en las Constitución de 1869 contara con el monarca. El duque de Aosta aceptó el trono.

Amadeo de Saboya vino a reinar a España en 1870. Su candidatura había sido aprobada por las Cortes con casi tercio de los votos en contra. Al desembarcar en Cartagena recibió la noticia del asesinato de Prim. No llegaría a disfrutar del fervor popular, y durante los dos años de su reinado, se sucedieron tres elecciones generales y seis gabinetes. La razón de su fracaso fue el basamento ideológico de la Revolución de septiembre, republicano en el fondo. Amadeo hubo de abdicar.

El mismo día en que renunció el monarca en 1873 se produjo la proclamación de la República. En los once meses escasos de la vida de ésta, la república fue presidida por cuatro personalidades: Figueras, Pi i Maragall, Salmerón y Castelar.

En sí misma, como sistema político, la República carecía de arraigo y apoyo. En el exterior fue vista con recelo, siendo sólo reconocida por Estados Unidos y Suiza. Dentro del país sus únicos soportes fueron el sector político de la burguesía de izquierdas, algunos obreros y un núcleo de intelectuales, por lo que todo aquello era minoritario y carecía de base popular.

La nueva guerra carlista aprovechó el descontento existente y añadió nuevas dificultades. Surgieron revueltas, cuya represión forzó a la República a adoptar un aire más conservador e incluso a que Castelar suspendiera las garantías constitucionales. Un año después se proclamaba el grito de ¡Viva Alfonso XII!

La Restauración y la convivencia canovista

La realidad nacional había cambiado poco. Ni la Revolución de 1868, ni la monarquía de Amadeo, ni la República de 1873 habían mudado en lo sustancial la estructura socioeconómica de la vieja España isabelina.

Se necesitará un artífice que deseche fórmulas agotadas de convivencia política y otras nuevas de cara al futuro. Esa persona será Canovas del Castillo, quien será consciente de tres cosas fundamentales: la Restauración no es posible en la personalidad de Isabel II y hay que buscarla en su hijo Alfonso; el mosaico político debe ser reducido a un bipartidismo estable; el poder civil debe primar y en consecuencia, hay que apartar al ejército de los pronunciamientos.

La monarquía de Sagunto tuvo propiamente dos etapas. Una primera hasta 1898, en la que se inscribe el reinado de Alfonso XII, muerto en 1885, que es el gran período de la Restauración; y otra segunda, ya en el siglo XX de signo revisionista y débil. En la inicial, Canovas consigue nada más y nada menos que la neutralidad del Estado. Él, al frente de la derecha moderada, y Sagasta, al frente de la izquierda liberal, se alzan como las grandes figuras garantes del pluralismo y la estabilidad.

Vencidos los carlitas en una última guerra, una ley de 1876 extinguió definitivamente los fueros vascongados, logrando la unificación general del derecho público en España, con una única excepción de los particularismos que desde 1841 mantenía Navarra. Los antiguos organismos forales fueron sustituidos por diputaciones provinciales, que firmaron con el poder central los primeros conciertos económicos.

Al morir Alfonso XII, Canovas aconsejó a la regente María Cristina en el llamado Pacto del Pardo, que para fortalecer a la monarquía llamara a los liberales al poder. Su gran contrapartida fue el desastre colonial. España perdió lo último que le quedaba del imperio: Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Fue aquello un desastre económico pero fue sobre todo un profundo desastre moral.

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