La novela y sus elementos
La novela
Es un relato extenso, en prosa y de asunto ficticio.
La novela constituye el más popular de los géneros literarios actuales, el que más apasiona a los públicos.
Carácter narrativo: La novela procede de la poesía épica, que se ha desinteresado de los grandes relatos en verso para buscar una forma más adecuada a nuestro espíritu.
Es fundamental, pues, para la novela, la narración de la acción o serie de episodios que se suceden a través del tiempo.
Carácter descriptivo: El novelista, generalmente, narra una acción verosímil, es decir, posible, utilizando elementos reales y describiéndolos a través del espacio.
De ahí que el novelista deba ser:
- un buen imaginativo, para inventar la acción o argumento que mueve a los personajes de sus obras;
- un buen observador de la realidad —figuras y paisajes—, a los que deberá describir con maestría para evocar su presencia ante el lector.
Extensión: Por su extensión, la novela supera en tamaño la sencilla narración que se encierra en pocas páginas, y que recibe el nombre de cuento.
Hay en la actualidad relatos muy extensos, que pasan del millar de páginas, y se les llama novelas-río.
El novelista puede ceñir la narración a los sucesos externos, a lo que se percibe con los sentidos; es el caso más frecuente. Pero otras veces intenta explicar lo que piensan los personajes de su narración: bien por medio del monólogo —oral o escrito—, bien a través de los diálogos en que se expresan sus opiniones.
La novela antigua y medieval
Antecedentes clásicos de la novela
Aun cuando no puede hablarse de grandes novelistas en la Antigüedad, se encuentran, por lo menos, los orígenes de los géneros que desarrollan los grandes narradores posteriores.
La novela bucólica
Llamada también novela pastoril, por ser pastores los personajes de la misma, se caracteriza por ser un género artificioso, falso, que no retrata realmente la vida campesina, sino una Naturaleza idealizada, tal como la sueñan los escritores de la ciudad.
Así, por ejemplo, Longo (siglo iii) escribe, en Dafnis y Cloe, el modelo de las novelas pastoriles, en las que se describen los tiernos amores de dos pastores que viven en una Naturaleza benigna y suave. Cervantes escribió una novela pastoril: La Galatea.
La novela bizantina
Otro tipo de novela que surge en el período más tardío de la literatura griega es la llamada novela bizantina, caracterizada por la acumulación inverosímil de aventuras y episodios, viajes y naufragios, hallazgos y desapariciones.
Así en la novela de Heliodoro, Teágenes y Cariclea, muy leída en toda Europa.
El libro de Apolonio, poema español del siglo xiii, que describe la vida de Tarsiana, hija del rey de Tiro, perdida por su padre en un naufragio, y hallada por él años más tarde, está tomado de una novela bizantina.
Cervantes cultivó este género novelesco en Los Trabajos de Persiles y Segismunda.
La novela satírica
Finalmente, debemos a la Antigüedad clásica el modelo de la novela satírica.
En Roma hallamos a Petronio, el famoso árbitro de la elegancia, contemporáneo de Nerón, que en su novela Satiricón nos describe los más íntimos detalles de la corrompida sociedad romana. También, Apuleyo (siglo ii), nos ha dejado, en El Asno de oro, una curiosa novela, que describe distintos aspectos de la vida y creencias de su tiempo.
En España son satíricas las llamadas novelas picarescas.
La novela medieval
Se adapta a los temas heroicos y caballerescos de las canciones de gesta.
Los libros de caballerías
Los héroes caballerescos de la Edad Media fueron cantados no sólo por su valentía, sino como protagonistas de historietas sentimentales en largas narraciones escritas en verso.
Más tarde surgen las novelas en prosa llamadas libros de caballerías, extensas narraciones, cuyo protagonista es un personaje que profesa el ideal caballeresco, es decir, que dedica toda su existencia a la defensa de la justicia y al amparo de los débiles o desvalidos.
La novela en el renacimiento
La novela pastoril
El estudio de los relatos bucólicos de la Antigüedad puso de moda la novela pastoril, así llamada porque sus personajes son pastores. Son famosas la Arcadia del italiano Sannazaro y en España la Diana de Jorge de Montemayor y la Diana Enamorada de Gaspar Gil Polo.
Antiguas novelas pastoriles
Reacción contra los libros de caballerías
Las exageraciones de los Libros de Caballerías, con sus constantes e interminables episodios de luchas fantásticas, produjeron la reacción: fue Cervantes quien, en su Quijote, hizo comprender el ridículo de tantas aventuras descabelladas.
La novela de los siglos XVII y XVIII
La novela educativa
La novela picaresca tiene, en general, una intención didáctica, ya que la sátira del pícaro nos alecciona sobre los defectos de la sociedad y nos obliga a pensar en su remedio.
Otras novelas recogen esta tradición educadora en Europa durante los siglos xvii y xviii.
La novela sentimental
La novela del Renacimiento —bucólica, caballeresca o satírica— no se perpetúa en los siglos posteriores. La novela, tal como hoy la conocemos, suele girar alrededor de un tema o conflicto sentimental. Fueron los novelistas ingleses del siglo xviii quienes imprimieron este carácter a la novela aun cuando exageran la nota presentando asuntos excesivamente tiernos y lacrimosos.
El romanticismo en la novela
La novela romántica
La exaltación de la libertad del sentimiento aparece plenamente en la novela romántica, cuyo primer representante en Francia es Chateaubriand, cantor de la vida de los salvajes del Canadá en sus novelas Atala y Los Natchez.
Con Chateaubriand penetramos plenamente en el campo romántico, donde este género literario se desarrolla intensamente hasta convertirse en el más amplio, popular y representativo de los géneros literarios del siglo xix.
El gran novelista romántico francés es Víctor Hugo, que en su famosa novela Nuestra Señora de París presenta un enternecedor tema de amor imposible en un ambiente medieval.
La novela de folletín
El tipo de novela de aventuras renace en el siglo xix también en otros aspectos; novelas de imaginación, como las de Julio Verne (De la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino, etc.); novelas de viajes (como La Isla del Tesoro, de Stevenson); relatos policíacos (como los de Conan Doyle) o terroríficos (como los de Edgar Poe).
La novela histórica
El relato novelesco que gusta de la sucesión de episodios de tipo histórico es característico de esta época.
En España tenemos magníficas novelas de esta clase. Recordemos Amaya o los vascos en el siglo viii, de Francisco Navarro Villoslada y El señor de Bembibre, de Enrique Gil Carrasco.
En Inglaterra, la novela histórica está representada por Sir Walter Scott (1771-1832), que ha hecho revivir, en sus novelas históricas, personajes y ambientes caballerescos y fantásticos de la Edad Media, que el Romanticismo había puesto de moda.
Los “Episodios nacionales”
Dentro de la novela histórica, destacamos la famosa obra Episodios Nacionales, debidos al gran novelista Benito Pérez Galdós, nacido en Las Palmas (1843).
A lo largo de cuarenta y seis volúmenes, divididos en cinco series, nos relata los acontecimientos más destacados del siglo xix español: como las luchas contra Inglaterra (Trafalgar) y contra Napoleón (Zaragoza, Gerona, Bailén), nuestras guerras civiles (Zumalacárregui, Luchana, Vergara) y nuestras luchas políticas (Los duendes de la camarilla, España sin Rey, etc.).
Galdós escribe de tal manera que parece que estamos viviendo los episodios que relata.
Del realismo al naturalismo
Reacciones contra el romanticismo
La exaltación romántica, con su expresión exagerada, se agotó rápidamente. Los escritores prefieren sustituir la fantasía (idealismo) por la realidad (realismo), ajustando sus palabras a la descripción de las personas, paisajes y cosas que estaban cerca de ellos.
Una gran novelista, llamada Cecilia Böhl de Faber, que firmaba con el pseudónimo de Fernán Caballero, hizo triunfar, con La Gaviota y La familia de Alvareda este género de relatos.
La novela de costumbres
La observación de la realidad da origen a la llamada novela de costumbres.
Fueron los periodistas como Larra y Mesonero Romanos los que empezaron a interesarse por lo que pasaba a su alrededor en sus famosos artículos de costumbres. Larra, que hizo famoso su pseudónimo de Fígaro satirizó con energía las costumbres españolas (Vuelva usted mañana, Yo quiero ser cómico, El castellano viejo, etc.).
La novela realista
Esta observación de la vida conduce a un predominio cada vez mayor de los elementos descriptivos que da lugar a la llamada novela realista, muy en “boga en la segunda mitad del siglo xix. Su modelo puede ser la Comedia Humana, del novelista francés Honorato de Balzac.
En España existen grandes novelas realistas, como las de José María de Pereda, que describen magistralmente los paisajes montañosos (p. ej. en Peñas Arriba) o marineros (p. ej. en Sotileza) de la provincia de Santander.
Son famosas las descripciones de Pereda en las que los seres y el paisaje se nos aparecen con un realismo fotográfico, reproduciéndose, la manera de hablar propia de las gentes campesinas.
El novelista que ha descrito mejor la vida española del siglo xix es, sin duda, Benito Pérez Galdós que, aunque nacido en Canarias, residió en Madrid, donde se sitúan sus novelas, llenas de admirables descripciones, singularmente de los barrios bajos.
Así en Misericordia, pintura muy viva de un grupo de mendigos presidido por la figura ejemplar de Benigna, que siendo pobre como ellos, los ayuda y estimula a todos.
Otro excelente novelista español de esta época es Pedro Antonio de Alarcón que en sus novelas El escándalo, El Niño de la Bola y El Capitán Veneno nos ha dejado tres obras maestras.
La novela psicológica
La valoración progresiva de los elementos sentimentales en la novela da lugar, en el siglo xix, a la llamada novela psicológica, en la que cobra la mayor importancia el relato de las reacciones espirituales de los personajes, que son analizados minuciosamente, bien siguiendo el hilo de sus pensamientos, bien transcribiendo aquellos textos —diarios íntimos, cartas (novela epistolar), etc.— que se suponen escritos por dichos personajes.
La novela humorística
La visión de la realidad puede ir acompañada de una cierta ironía. (Ya hemos visto cómo Cervantes describe irónicamente las desventuras del pobre Don Quijote.) Esta manera literaria en la que se mezcla la realidad con la visión irónica de la misma se llama humorismo.
El gran creador de la novela humorística es Carlos Dickens. Así en su famosa novela Oliver Twist se describen las desventuras del muchacho así llamado en un tono en el que la amargura se mezcla con la ironía y la sátira.
En Francia podemos recordar la divertida novela Tartarín de Tarascón, ridículo cazador de leones, debida a la pluma de Alfonso Daudet.
La novela naturalista
La más extrema evolución de la novela realista recibe el nombre de naturalismo. Su creador fue el novelista francés Emilio Zola (1840-1902), quien pretendía hacer de la novela una observación científica y experimental de la Humanidad, hasta el extremo de que sus personajes sólo se mueven por impulsos fisiológicos. Con ello se consigue un arte descarnado y brutal que ha llevado a exageraciones lamentables.
“El novelista, dice Zola en su obra teórica La novela experimental, es un observador y un experimentador. El observador da los hechos tal como él los ha observado, pone el punto de partida, establece el terreno sólido por el que van a marchar los personajes y desarrollarse los fenómenos. Después aparece el experimentador e instituye la experiencia.”
El naturalismo en España, sin llegar a los extremos repugnantes de Zola, está representado por Emilia Pardo Bazán de la que recordaremos su novela Los pazos de Ulloa.
Vicente Blasco Ibáñez en sus novelas de ambiente valenciano, como Flor de Mayo y La Barraca, es también un ejemplo del influjo del naturalismo francés en España.
La Novela = Narración + Descripción
La visión de las cosas: Realismo y naturalismo. — Cuando nosotros describimos un objeto, podemos proceder de dos maneras:
- Reflejando la realidad, pero seleccionando los rasgos más característicos, evitando los desagradables: descripción realista.
- Reflejando todos sus detalles, sean bellos o feos, con el único interés de dar la visión total del objeto de que se trate: descripción naturalista.