La historia

La historia

Es la ciencia que estudia y nos da a conocer el pasado.

Monumentos y documentos

Las reliquias que el tiempo pretérito nos ha dejado, y que nos sirven para penetrar en él, son dos: los monumentos y los documentos:

  • los monumentos —habitaciones, utensilios, objetos— que han llegado hasta nosotros. Cuando estos materiales no van acompañados de textos escritos, reflejan períodos anteriores a la historia propiamente dicha y se denominan prehistóricos.
  • los documentos. Cuando aparecen, junto a los monumentos, testimonios escritos o documentos (lápidas, pergaminos, papiros), entonces se dice que la historia aparece. La historia empieza, pues, en épocas muy distintas, según los pueblos. En la civilización egipcia hallamos documentos escritos en fecha antiquísima; en cambio, en los pueblos esquimales aparece muy tardíamente la escritura. La historia de estos pueblos tiene, pues, extensión diversa.

Condiciones del historiador

El hombre que estudia el pasado ha de dominar una serie de conocimientos que le ayuden a interpretar todas estas huellas pretéritas.

Deberá conocer la ciencia de la medición del tiempo en sus diversos sistemas (Cronografía); le será preciso el exacto conocimiento de los territorios en los que se desarrolla la acción histórica (Geografía); la interpretación acertada de los escudos (Heráldica), monedas (Numismática), sellos de cera (Sigilografía), manuscritos (Paleografía) e inscripciones (Epigrafía) de la Antigüedad.

Actitudes del historiador

El historiador ha adoptado fundamentalmente tres actitudes: la narrativa, la crítica y la filosófica.

La historia como arte (historia narrativa)

Grecia. Roma

La historia es, en general, para la Antigüedad clásica, una narración literaria en la que se mezclan elementos reales y legendarios, y de la que se extrae una experiencia para el porvenir. Cicerón dice de la historia que es “maestra de la vida”.

Los primeros historiadores, como el griego Herodoto, llamado “el padre de la historia”, se limitan a narrar los hechos de que tienen noticia. Famosos historiadores de la Antigüedad griega fueron, también, Tucídides, que analiza las razones que dan lugar a los hechos históricos, y Jenofonte, que describe la famosa retirada de los Diez Mil griegos que acompañaron a Ciro el joven.

En Roma, debe recordarse la gran figura de Julio César, que nos ha dejado la historia de sus propias campañas: Guerra Civil y Guerra de las Galias, en estilo sencillo y claro. El gran historiador latino fue Tito Livio, autor de las Décadas, en parte perdidas, reflejo de su gran dignidad literaria y patriótica.

Las crónicas medievales. Alfonso X

Durante la Edad Media se pierde el estilo clásico de la historia, que queda convertida en series de anotaciones cronológicas, llamadas, por ello crónicas.

Destacamos en este período la personalidad de Alfonso X el Sabio, a través de cuyas obras Crónica General y General e Grande Estoria nos han llegado, mezclados, hechos históricos y legendarios.

Los historiadores del Renacimiento

El Renacimiento es, como hemos dicho repetidas veces, un retorno al mundo clásico grecolatino. Los historiadores renacentistas imitan, pues, a los de la Antigüedad, singularmente a Tito Livio. En España destacaremos la figura del Padre Juan de Mariana, de la Compañía de Jesús, cuya Historia de España es clásica por su valor literario.

Desde el punto de vista histórico, el Padre Mariana arranca de la Biblia, iniciando la narración con la llegada de Túbal, hijo de Jafet, como primer poblador de España.

La historia como ciencia (historia crítica)

Zurita. Los Neoclásicos

Los progresos de las ciencias auxiliares hicieron comprender a los historiadores que muchas de las afirmaciones que se hacían en las historias narrativas carecían de fundamento. Se imponía la necesidad de que todos y cada uno de los hechos que figurasen en los textos históricos fuesen comprobados. La historia, que hasta entonces era un arte, pasa a ser una ciencia.

El primer historiador moderno que tiene de la historia un concepto científico es el aragonés Jerónimo Zurita (1512-1580), autor de los Anales de la Corona de Aragón.

Zurita estudió concienzudamente, año tras año, basándose en los documentos de los archivos, la historia aragonesa desde sus orígenes a la muerte de Fernando el Católico. “Ninguna cosa afirmó que fuese invención suya.” Preocupado por esta idea, su estilo no es artístico, sino seco y ceñido.

La creciente importancia que el racionalismo adquiere en la cultura europea del siglo xviii, hace que en España se estudien y ordenen los archivos con una curiosidad extraordinaria, publicándose obras monumentales.

Así la España Sagrada, del P. Flórez, en cincuenta y un volúmenes, en la que se investigan minuciosamente, diócesis por diócesis, todas las huellas documentales del pasado. El rigor crítico de los historiadores neoclásicos es tal, que hubo alguno, como el P. Masdeu, que negó la existencia del Cid Campeador, por parecerle poco comprobada.

La historia como estudio de las leyes que rigen el pasado (historia filosófica)

Bossuet. Juan Bautista Vico

Paralelamente a la historia científica hay un pequeño grupo de historiadores que estudian el curso del pasado para ver si encuentran las leyes que lo regulan.

La tradición cristiana explica la sucesión de los tiempos por un orden providencial. Dios mismo es quien regula los fenómenos históricos: de esta manera se explican los Padres de la Iglesia y en este sentido se escribe el Discurso sobre la Historia Universal, del gran orador francés del siglo, Bossuet.

En el siglo xviii surge la teoría del italiano Juan Bautista Vico, que sostiene que las formas históricas se repiten por períodos (ricorsi), que se renuevan constantemente, de manera que, al agotarse uno de ellos, surgen fatalmente unas formas análogas a las que comenzaron el período anterior, y así sucesivamente.

Ejercicios de lenguaje

La lectura del verso

La lectura del verso ofrece caracteres distintos y un especial interés, ya que forma el elemento fundamental en las recitaciones. Para la lectura del verso debe huirse de los extremos siguientes:

  • no hay que exagerar el ritmo de la poesía hasta llegar a la recitación cantada. Es de mal gusto exagerar los valores fonéticos dando a los tonos y a las pausas tanta importancia como si se tratase de un canto.
  • inversamente, debe huirse del extremo contrario: el de los que leen el verso como si fuera prosa. Es decir, destruyendo adrede los efectos del ritmo y de la rima, dando a la expresión poética el valor espontáneo de la conversación corriente.

La lectura del verso debe, pues, en cuanto a la forma, valorar los aspectos rítmicos y sonoros que el poeta ha buscado; sin exagerar su alcance.

En cuanto al fondo, el recitador debe considerarse como un verdadero “intérprete” de las emociones del poeta, que debe subrayar con las inflexiones de su voz.

El gesto

Este subrayado de la voz se completa con el de la gesticulación que, por medio de ademanes, ofrece un complemento plástico a los valores acústicos de la poesía. El ademán debe, pues, subrayar también los efectos sonoros, pero como ya dijimos con respecto a la voz, no debe exagerar su misión.

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